Trágico declinar de las estivales horas, una sombra amenazante
se cierne sobre mi persona. Escrutando la solitaria estancia con hilo musical
de ascensor recuerdo aquellos días de aciago libertinaje, de noches
interminables, de días desquiciantes en los que intentaba buscar un instante
para descansar mi maltrecho cuerpo después de tan arduas horas dedicadas al
trabajo agotador y al exaltado ocio nocturno que ocupaban mis días y noches
interminables.
Que rápido se sucedieron aquellos años de los que pocos
recuerdos albergo debido a mis excesos. Y ahora, como en un lago, mi vida se ha
quedado en una inquietante calma, esperando que algo nuevo suceda, intentando
responder a preguntas que no tienen respuesta.
Languidezco en soledad, no queda por lo que quiera regresar a mi
hogar, no queda nada a lo que aferrarme.
Contagiosa apatía que merma mi conciencia, practicando una
sesión que me lleva a un final atróz y a una inexplicable tragedia
shakespeariana.
Todo ha cambiado repentinamente, tal vez en uno de mis desmayos
el tiempo, los acontecimientos no han esperado y me encuentro en una cuerda
floja, me encuentro ante un futuro incierto donde todos aprobechan aquellos
momentos que brinda la vida dejándome atrás en un paraje yermo, saqueado y repleto
de fantasmales ecos.
Hace calor, un insoportable calor... En la calle el aire es
abrasador y yo me resguardo en esta sucia habitación situada en la carretera
que lleva a ninguna parte.
Ya nada importa, ese calor parece haber secado la vitalidad que
movía mi corazón, dejando paso a la aridéz y a la desolación que debastan
cualquier resquicio de deseo por seguir viviendo tan triste existencia privada
de cualquier sentido.
Solo unos hilos de luz atraviesan la vieja persiana que mantengo
bajada y que dejan distinguir la forma de los objetos que amueblan este
insalubre agujero infesto.
Sentada en el sucio colchón que reposa sobre el enmoquetado
suelo y que me sirve de cama pienso; intento encontrar algún sentido a todo
esto, pero solo hay una fría oscuridad que inhunda mi ánimo, sólo la muerte
surge cual brillante respuesta a esta insustancial existencia que llevo.
Botellas vacías se acumlan a mi alrededor; colillas que
desprenden su rancio hedor a tabaco que impregna la habitación.
Hay gritos, hay golpes en la estancia contigüa; un portazo
precedido de unos apresurados pasos que cruzan el pasillo con aire de enfado.
Ahora el silencio... Escucho un femenino y debil llanto desesperado en la
habitación de al lado. Bienvenidos al Motel de los malditos, de las almas
atormentadas que se pierden y no encuentran salida a este infierno en vida...
Ese pequeño objeto brillante que reposa sobre una destartalada
mesilla me sonríe con su afilado filo metálico.
Abúlicos momentos en los que el reloj se convierte en un inutil
objeto, las horas se han detenido, la rutina de la pereza depresiva pesa en la
mente dando paso a la nada que nos corroe.
El llanto... ya ha pasado, unos pasos de pies descalzos
amortigüados por la moqueta se oyen tímidos y renqueantes en la habitación de
al lado. Busco entre las botellas que me rodean alguna que contenga algo,
alguna que no esté vacía y seca como mi alma. Encuentro una y termino esta de
un trago que revuelve mi vacío estómago al notar el abrasador líquido abriéndose
paso hasta mi interior...
Un golpe. Alguien se ha desplomado en la estancia de al lado.
Silencio...
El bochorno hace que mi cuerpo esté empapado de sudor y mi ánimo
se muestre estático. Demasiado perezoso, demasiado ebrio, demasiado reseco para
que mi cerbro actúe imbuído por la curiosidad. Curiosidad... que palabra tan
lejana y falta de sentido en estas últimas horas, en estos últimos días de
dejadéz existencial.
Brillante sobre la mesilla, iluminada por un rayo solar que
atraviesa las estrechas rendijas de la vieja persiana metálica espera mi
siniestra decisión la cuchilla.
· Necesito otro trago, busco por toda la habitación... No queda
nada, solo el satinado vidrio de las vacías botellas... Busco la cajetilla de
tabaco... También se ha terminado. Encuentro una colilla de un cigarro a medio
fumar, la estiro con mis torpes dedos y la enciendo; la primera bocanada es
repugnante, rancia, un reseco sabor a carbón alquitranado abnega mi paladar. Mi
garganta está sedienta y mi mirada sigue clavada en el refrescante color, en el
frío material y simpleza que conforman la cuchilla, la cual reposa con su amenazante
sonrisa sobre la mesilla.
Mis sienes palpitan, mi cabeza grita... El dolor tortura mi
cráneo, el exceso de alcohol está causando este agonizante dolor palpitante.
Cierro mis párpados, duele tanto... Duele... Me desmayo, caigo
suavemente por el reconfortante pozo de la inconsciencia, caigo y deseo no
vlver, deseo que siga este trayecto que mece mi cerebro acallando el dolor
intenso de mi agotado cerebro.
Pasos apresurados que corren por el pasillo, sonidos de voces,
sirenas de ambulancia, estridentes sirenas que penetran cual punzones y
anzuelos dañándome a través de mis sensibles tímpanos martilleando, rasgando
con atróz brutalidad mi cerebro.
Repentinamente me despierto, ha sucedido algo en la habitación
de al lado. Solo quiero que se marchen, quiero dejar de oír ese nervante sonido
de las sirenas... Voces, golpes, gritos...
Las sirenas se alejan, camino en círculos por mi estancia;
camino... El mareo hace que mi estómago regurgite el alcohol consumido dejando
ese desagradable sabor biliar amargo en mi boca. Necesito quitarme este sabor,
necesito...
La cuchilla me mira, sigue fija mi mirada en ella; tan
atractiva, tan manejablemente pequeña... Tan útil en este estado que me
condena.
Es tan bella y simple que asusta saber lo que alguien puede
conseguir con ella.
Busco mi ropa; busco las gafas de sol. Necesito un tubo de
aspirinas y algo de alcohol para paliar este estado de desazón.
· Salgo de la apestosa habitación, el bochorno me abofetea haciendo
que esté a punto de perder el conocimiento; llego a recepción y el hombre que
se encuentra detrás del mostrador me para llamándome la atención. Lleva una
camiseta de tirantes que debió ser blanca y ahora muestra una colección de
estampados de todos los colores y sustancias que han ido quedando en ella a lo
largo de los años. Suda prominentemente; en su calva, gotas de sudor surgen y se
deslizan por su grueso y abotargado rostro grasiento hasta llegar a su barba
mal cuidada. Sus brazos obesos están cubiertos de pelo hasta los hombros. Mi
estómago... Ameznaza con una arcada disimulada. El recepcionista me cometa el
suceso acontecido hace unos momentos con maligna morbosidad. Mis anónimos
vecinos discutieron y pelearon; él se fué de la habitación y ella se tomó dos
tubos de píldoras y al regresar su compañero sentimental, éste la encontró
inconsciente en el suelo con los tubos de píldoras vacíos, uno en la mano y otro
en el suelo, a parte, había montones de botellas vacías y medio llenas por toda
la estancia -¡Vaya! la decoración de las habitaciones de este motel es muy similar
(pienso yo)- y ella eligió ginebra para acompañar los secos y amargos
comprimidos.
Con inquina y repugnate curiosidad el grotesco y edihondo
recepcionista me pregunta si he oído o visto algo. Yo con mi común frialdad y
tajante en mis ademanes contesto negativamente con un cortante gesto mientras
continúo mi camino antes de que reanude su insustancial y morbosa conversación
falta de interés a mi parecer.
El sol cruel astro salido del averno pone su incineradora garra
sobre mí al franquear la puerta del odioso motel. Casi, a duras penas consigo
andar los escasos metros que me separan del supermercado donde poder conseguir
mis deseados vicios para seguir mi autodestrucción hermitaña en la que me he
embarcado con inconsciente ilusión.
Vuelvo a mi oscura habitación manteniendo mi consciencia a duras
penas debido al agotamiento povocado pr la falta de alimentos, los excesos y
este calor que oprime y hace que el cuerpo pese como si estuviese muerto.
Noto un desagradable cosquilleo por todo el cuerpo, mi vista se
vuelve borrosa... a punto estoy de caer de nuevo en un estado de letargo.
Abro una botella y bebo, arde mi cerebro... Vuelvo a despertar
en un mundo paralelo, vuelvo a divagar entre ideas suicidas con sangrientas
sonrisas de esparto. Ideas destructivas... Bebida... Otra pastilla... Mejor que
sean cuatro y otro trago para que pasen mejor...
Esa cuchilla aparece en mi sudorosa mano, fría, tan refrescante,
tan real, tan sencilla y mortal...
Es gratificante notar su tacto entre mis dedos... En la palma de
mi mano.
Recuerdo aquellos extraños días en ls que me rodeaba de una
multitud con la que pasar mis noches de vicio y excesos; recuerdo que la
soledad era igual que ahora mayor. Gente vacía, gente sin alma que bailaban su
propia danza mortal.
Nada que decir, nada que compartir, solo los problemas me hacían
compañía cuando la realidad me golpeaba con brutalidad despertándome de mi
artificial sueño.
Paraísos artificiales y artificiosos, infiernos enloquecedores,
viajes astrales, sufriendo un colapso en otra sala de urgencias...
Aquellos dulces rostros se volvieron hermosamente tristes con
los años, aquellas amargas lágrimas derramadas por mi actitud animal, por mi
egoísta personalidad trasnochada y apática... Se fueron, lucharon cuanto
pudieron, me quisieron y yo les volví la espalda arrogante en mi ignorancia. Arrepentimiento, ya es demasiado tarde para eso, ya solo queda un pozo abyecto
donde hubo un manatial de agua cristalina y pura. Demasiado tarde para decir lo
siento, cuando ya no queda nada en mi interior. Nisiquiera sé si fué real,
nisiquiera recuerdo cuándo empezó todo este círculo de autodestrucción gratuíta
que tanta repercusión tubo en su trágico momento. Una pandemia sentimental,
arrasada por una estúpida personalidad.
Ya está; su gélida caricia que abre suavemente mis venas... Ya
sale... Escalofrío mortal que arranca un suspiro placentero de mis agrietados
labios resecos.
Con violencia mi puerta es abierta y entra el recepcionista
acompañado de una grotesca comitiva... Entran una pareja de grandes ojeras y
pálida tez, unos niños demasiado delgados y amoratados... Detrás , una novia
ensangrentada; una mujer obesa con un bebé; un señor de bigote con un maletín,
en su cuello una marca se ve... Y aquella chica tiene una gran mancha en el pecho
de su vestido. Todos ellos me escrutan con una fría mirada en sus siniestras caras. Noto
que estoy flotando... Una gran mancha de sangre se expande en la moqueta gris de
mi habitación...
Aplausos sonrisas siniestras, macabras miradas muertas, voces
lejanas...
Noto mi cuerpo tan pesado como mis cansados párpados. La
muchedumbre extraña me rodea, esa gente... me resultan tan familiares sus
rostros...
Los eternos habitantes del motel de las almas en pena, el Motel
de los malditos, situado en el kilómetro del Infierno, en la carretera perdida
del desierto.
No me había dado cuenta, ahora recuerdo todo... Qué atróz
estremecimiento, qué aterradora sensación atormenta mi alma... Yo siempre
estuve aquí; soy otro fantasma de este lugar olvidado y maldito asolado por el
tiempo y los malos recuerdos de otra vida tragicamente vivida y violentamente
segada.
Condenados a seguir reviviendo una y otra vez aquél último día de
nuestras malogradas vidas, eternamente, día tras día, siglo tras siglo...
Soy una sombra atrapada en un corrupto limbo repleto de dementes
alamas degeneradas, condenadas a repetir su trágico final para pagar por los
errores cometidos.
Aquí solo se escuchan los ancestrales ecos de los gritos, de los
disparos aislados; también se pueden ver las siniestras sombras de cuerpos
ahorcados, torsos amputados que se arrantran por los pasillos, sangre
salpicando el baño... Niños ahogados, golpes, llantos, psicóticas risas... Y
esas sensación que embarga a los que entran... es el dolor que se filtra por
cada rincón de este insano lugar de tormento y el terror reptante y viscoso
iluminado por la plateada sonrisa que dibuja la menguante luna en la sardónica
cara de la noche estrellada.
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