jueves, 7 de marzo de 2013

EL MOTEL DE LOS MALDITOS



Trágico declinar de las estivales horas, una sombra amenazante se cierne sobre mi persona. Escrutando la solitaria estancia con hilo musical de ascensor recuerdo aquellos días de aciago libertinaje, de noches interminables, de días desquiciantes en los que intentaba buscar un instante para descansar mi maltrecho cuerpo después de tan arduas horas dedicadas al trabajo agotador y al exaltado ocio nocturno que ocupaban mis días y noches interminables.
Que rápido se sucedieron aquellos años de los que pocos recuerdos albergo debido a mis excesos. Y ahora, como en un lago, mi vida se ha quedado en una inquietante calma, esperando que algo nuevo suceda, intentando responder a preguntas que no tienen respuesta.
Languidezco en soledad, no queda por lo que quiera regresar a mi hogar, no queda nada a lo que aferrarme. 

Contagiosa apatía que merma mi conciencia, practicando una sesión que me lleva a un final atróz y a una inexplicable tragedia shakespeariana.

Todo ha cambiado repentinamente, tal vez en uno de mis desmayos el tiempo, los acontecimientos no han esperado y me encuentro en una cuerda floja, me encuentro ante un futuro incierto donde todos aprobechan aquellos momentos que brinda la vida dejándome atrás en un paraje yermo, saqueado y repleto de fantasmales ecos.

Hace calor, un insoportable calor... En la calle el aire es abrasador y yo me resguardo en esta sucia habitación situada en la carretera que lleva a ninguna parte.

Ya nada importa, ese calor parece haber secado la vitalidad que movía mi corazón, dejando paso a la aridéz y a la desolación que debastan cualquier resquicio de deseo por seguir viviendo tan triste existencia privada de cualquier sentido.
Solo unos hilos de luz atraviesan la vieja persiana que mantengo bajada y que dejan distinguir la forma de los objetos que amueblan este insalubre agujero infesto.

Sentada en el sucio colchón que reposa sobre el enmoquetado suelo y que me sirve de cama pienso; intento encontrar algún sentido a todo esto, pero solo hay una fría oscuridad que inhunda mi ánimo, sólo la muerte surge cual brillante respuesta a esta insustancial existencia que llevo.
Botellas vacías se acumlan a mi alrededor; colillas que desprenden su rancio hedor a tabaco que impregna la habitación.

Hay gritos, hay golpes en la estancia contigüa; un portazo precedido de unos apresurados pasos que cruzan el pasillo con aire de enfado. Ahora el silencio... Escucho un femenino y debil llanto desesperado en la habitación de al lado. Bienvenidos al Motel de los malditos, de las almas atormentadas que se pierden y no encuentran salida a este infierno en vida...
Ese pequeño objeto brillante que reposa sobre una destartalada mesilla me sonríe con su afilado filo metálico.

Abúlicos momentos en los que el reloj se convierte en un inutil objeto, las horas se han detenido, la rutina de la pereza depresiva pesa en la mente dando paso a la nada que nos corroe.

El llanto... ya ha pasado, unos pasos de pies descalzos amortigüados por la moqueta se oyen tímidos y renqueantes en la habitación de al lado. Busco entre las botellas que me rodean alguna que contenga algo, alguna que no esté vacía y seca como mi alma. Encuentro una y termino esta de un trago que revuelve mi vacío estómago al notar el abrasador líquido abriéndose paso hasta mi interior...
Un golpe. Alguien se ha desplomado en la estancia de al lado. Silencio...

El bochorno hace que mi cuerpo esté empapado de sudor y mi ánimo se muestre estático. Demasiado perezoso, demasiado ebrio, demasiado reseco para que mi cerbro actúe imbuído por la curiosidad. Curiosidad... que palabra tan lejana y falta de sentido en estas últimas horas, en estos últimos días de dejadéz existencial.

Brillante sobre la mesilla, iluminada por un rayo solar que atraviesa las estrechas rendijas de la vieja persiana metálica espera mi siniestra decisión la cuchilla.

·  Necesito otro trago, busco por toda la habitación... No queda nada, solo el satinado vidrio de las vacías botellas... Busco la cajetilla de tabaco... También se ha terminado. Encuentro una colilla de un cigarro a medio fumar, la estiro con mis torpes dedos y la enciendo; la primera bocanada es repugnante, rancia, un reseco sabor a carbón alquitranado abnega mi paladar. Mi garganta está sedienta y mi mirada sigue clavada en el refrescante color, en el frío material y simpleza que conforman la cuchilla, la cual reposa con su amenazante sonrisa sobre la mesilla.

Mis sienes palpitan, mi cabeza grita... El dolor tortura mi cráneo, el exceso de alcohol está causando este agonizante dolor palpitante.

Cierro mis párpados, duele tanto... Duele... Me desmayo, caigo suavemente por el reconfortante pozo de la inconsciencia, caigo y deseo no vlver, deseo que siga este trayecto que mece mi cerebro acallando el dolor intenso de mi agotado cerebro.

Pasos apresurados que corren por el pasillo, sonidos de voces, sirenas de ambulancia, estridentes sirenas que penetran cual punzones y anzuelos dañándome a través de mis sensibles tímpanos martilleando, rasgando con atróz brutalidad mi cerebro.

Repentinamente me despierto, ha sucedido algo en la habitación de al lado. Solo quiero que se marchen, quiero dejar de oír ese nervante sonido de las sirenas... Voces, golpes, gritos...
Las sirenas se alejan, camino en círculos por mi estancia; camino... El mareo hace que mi estómago regurgite el alcohol consumido dejando ese desagradable sabor biliar amargo en mi boca. Necesito quitarme este sabor, necesito...
La cuchilla me mira, sigue fija mi mirada en ella; tan atractiva, tan manejablemente pequeña... Tan útil en este estado que me condena.

Es tan bella y simple que asusta saber lo que alguien puede conseguir con ella.
Busco mi ropa; busco las gafas de sol. Necesito un tubo de aspirinas y algo de alcohol para paliar este estado de desazón.

· Salgo de la apestosa habitación, el bochorno me abofetea haciendo que esté a punto de perder el conocimiento; llego a recepción y el hombre que se encuentra detrás del mostrador me para llamándome la atención. Lleva una camiseta de tirantes que debió ser blanca y ahora muestra una colección de estampados de todos los colores y sustancias que han ido quedando en ella a lo largo de los años. Suda prominentemente; en su calva, gotas de sudor surgen y se deslizan por su grueso y abotargado rostro grasiento hasta llegar a su barba mal cuidada. Sus brazos obesos están cubiertos de pelo hasta los hombros. Mi estómago... Ameznaza con una arcada disimulada. El recepcionista me cometa el suceso acontecido hace unos momentos con maligna morbosidad. Mis anónimos vecinos discutieron y pelearon; él se fué de la habitación y ella se tomó dos tubos de píldoras y al regresar su compañero sentimental, éste la encontró inconsciente en el suelo con los tubos de píldoras vacíos, uno en la mano y otro en el suelo, a parte, había montones de botellas vacías y medio llenas por toda la estancia -¡Vaya! la decoración de las habitaciones de este motel es muy similar (pienso yo)- y ella eligió ginebra para acompañar los secos y amargos comprimidos.

Con inquina y repugnate curiosidad el grotesco y edihondo recepcionista me pregunta si he oído o visto algo. Yo con mi común frialdad y tajante en mis ademanes contesto negativamente con un cortante gesto mientras continúo mi camino antes de que reanude su insustancial y morbosa conversación falta de interés a mi parecer.

El sol cruel astro salido del averno pone su incineradora garra sobre mí al franquear la puerta del odioso motel. Casi, a duras penas consigo andar los escasos metros que me separan del supermercado donde poder conseguir mis deseados vicios para seguir mi autodestrucción hermitaña en la que me he embarcado con inconsciente ilusión.

Vuelvo a mi oscura habitación manteniendo mi consciencia a duras penas debido al agotamiento povocado pr la falta de alimentos, los excesos y este calor que oprime y hace que el cuerpo pese como si estuviese muerto.

Noto un desagradable cosquilleo por todo el cuerpo, mi vista se vuelve borrosa... a punto estoy de caer de nuevo en un estado de letargo.
Abro una botella y bebo, arde mi cerebro... Vuelvo a despertar en un mundo paralelo, vuelvo a divagar entre ideas suicidas con sangrientas sonrisas de esparto. Ideas destructivas... Bebida... Otra pastilla... Mejor que sean cuatro y otro trago para que pasen mejor...
Esa cuchilla aparece en mi sudorosa mano, fría, tan refrescante, tan real, tan sencilla y mortal...
Es gratificante notar su tacto entre mis dedos... En la palma de mi mano.

Recuerdo aquellos extraños días en ls que me rodeaba de una multitud con la que pasar mis noches de vicio y excesos; recuerdo que la soledad era igual que ahora mayor. Gente vacía, gente sin alma que bailaban su propia danza mortal.
Nada que decir, nada que compartir, solo los problemas me hacían compañía cuando la realidad me golpeaba con brutalidad despertándome de mi artificial sueño.
Paraísos artificiales y artificiosos, infiernos enloquecedores, viajes astrales, sufriendo un colapso en otra sala de urgencias...

Aquellos dulces rostros se volvieron hermosamente tristes con los años, aquellas amargas lágrimas derramadas por mi actitud animal, por mi egoísta personalidad trasnochada y apática... Se fueron, lucharon cuanto pudieron, me quisieron y yo les volví la espalda arrogante en mi ignorancia. Arrepentimiento, ya es demasiado tarde para eso, ya solo queda un pozo abyecto donde hubo un manatial de agua cristalina y pura. Demasiado tarde para decir lo siento, cuando ya no queda nada en mi interior. Nisiquiera sé si fué real, nisiquiera recuerdo cuándo empezó todo este círculo de autodestrucción gratuíta que tanta repercusión tubo en su trágico momento. Una pandemia sentimental, arrasada por una estúpida personalidad.

Ya está; su gélida caricia que abre suavemente mis venas... Ya sale... Escalofrío mortal que arranca un suspiro placentero de mis agrietados labios resecos.

Con violencia mi puerta es abierta y entra el recepcionista acompañado de una grotesca comitiva... Entran una pareja de grandes ojeras y pálida tez, unos niños demasiado delgados y amoratados... Detrás , una novia ensangrentada; una mujer obesa con un bebé; un señor de bigote con un maletín, en su cuello una marca se ve... Y aquella chica tiene una gran mancha en el pecho de su vestido. Todos ellos me escrutan con una fría mirada en sus siniestras caras. Noto que estoy flotando... Una gran mancha de sangre se expande en la moqueta gris de mi habitación...
 

Aplausos sonrisas siniestras, macabras miradas muertas, voces lejanas...
Noto mi cuerpo tan pesado como mis cansados párpados. La muchedumbre extraña me rodea, esa gente... me resultan tan familiares sus rostros...
Los eternos habitantes del motel de las almas en pena, el Motel de los malditos, situado en el kilómetro del Infierno, en la carretera perdida del desierto.
No me había dado cuenta, ahora recuerdo todo... Qué atróz estremecimiento, qué aterradora sensación atormenta mi alma... Yo siempre estuve aquí; soy otro fantasma de este lugar olvidado y maldito asolado por el tiempo y los malos recuerdos de otra vida tragicamente vivida y violentamente segada.

Condenados a seguir reviviendo una y otra vez aquél último día de nuestras malogradas vidas, eternamente, día tras día, siglo tras siglo...
Soy una sombra atrapada en un corrupto limbo repleto de dementes alamas degeneradas, condenadas a repetir su trágico final para pagar por los errores cometidos.

Aquí solo se escuchan los ancestrales ecos de los gritos, de los disparos aislados; también se pueden ver las siniestras sombras de cuerpos ahorcados, torsos amputados que se arrantran por los pasillos, sangre salpicando el baño... Niños ahogados, golpes, llantos, psicóticas risas... Y esas sensación que embarga a los que entran... es el dolor que se filtra por cada rincón de este insano lugar de tormento y el terror reptante y viscoso iluminado por la plateada sonrisa que dibuja la menguante luna en la sardónica cara de la noche estrellada.
·         ¿Desean ustedes una habitación?...


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